Era un día como tantos otros: sol radiante, refrescante brisa empujada por las olas, embarcaciones que surcaban el mar y el estero, y cantidad de gente que en la playa jugaba futbol o se tostaba la piel.
En las principales calles del puerto hervía el comercio, como era usual los fines de semana.
Sin embargo, poco antes de las 10 de la mañana, Puntarenas se cubrió de luto a causa de una patraña terrible de la muerte, uno de los accidentes que más vidas ha cobrado en la historia del país y debido al cual, el gobierno del presidente Daniel Oduber Quirós decretó tres días de duelo.
A las 9:50 a.m. un autobús repleto de pasajeros, que brindaba servicio interurbano, se precipitó en las aguas del estero, dos kilómetros al oeste del cementerio de Chacarita. Cincuenta personas (34 adultos y 16 niños) murieron ahogadas.
Tristemente se le recuerda como el accidente de La Angostura. Era la segunda vez que el destino se ensañaba contra el conductor Antonio Nacarato, chofer en la tragedia de Choluteca.
Viaje a la muerte
El bus, propiedad de un señor Pérez, cumplía con su ruta regular. Aparentemente llevaba diez o más pasajeros de exceso, es decir, transportaba a unas 70 personas.
Acababa de recoger a alguna gente en el hospital Monseñor Sanabria y se dirigía al centro del puerto.
Al acercarse al sitio más estrecho del trayecto, denominado La Angostura, a la altura del kilómetro 111, los viajeros escucharon un fuerte estallido –propio de cuando se revienta una llanta–, el vehículo se bamboleó hacia uno y otro lado, y los pasajeros vieron cómo Nacarato luchaba desperadamente para gobernarlo.
Quiso lanzarlo hacia la izquierda, a un terraplén, pero el destino ya estaba escrito. El bus tomó hacia la derecha, donde no había valla de protección, se salió de vía y se sumergió en las aguas del estero.
La marea, que había subido en la madrugada, apenas empezaba a bajar. En segundos, empezó la batalla de los pasajeros por sobrevivir.
En su afán por salir, unos intentaron escapar a través de las ventanillas y muchos fueron los atropellos en aquella confusión.
Entre los que lograron salir a flote y nadar hasta la orilla estaba Antonio Obando, un joven de 15 años que iba en el bus con varias compañeras del Liceo Martí.
Por eso, tan pronto se vio a salvo, volvió a sumergirse para buscarlas. En un heroico acto, digno de ser siempre recordado, le salvó la vida a tres personas.
Pero no satisfecho aún, decidió volver a zambullirse en busca de más víctimas para salvar y no salió más.
(El 11 de noviembre de 1991, por Decreto Ejecutivo, se creó el Premio Nacional al Mérito Civil Antonio Obando Chan.)
Relatos y destino
Algunos transeúntes que pasaban por el lugar también prestaron auxilio. Y cuando la noticia se dispersó por el puerto, muchos voluntarios llegaron a recuperar los cuerpos.
De inmediato, el llanto anegó a Puntarenas. Prácticamente no había familia, vecino o amigo que no estuviera afectado.
En el hospital Monseñor Sanabria, donde se fueron apilando los cuerpos sin vida, cada vez que una familia reconocía a sus parientes muertos, se daban escenas desgarradoras.
Entre los muchos relatos que se escuchaban en esos dramáticos instantes, se recuerda el de Juan de Dios Sáenz Vásquez, un ciego quien milagrosamente salvó su vida. Por el contrario, Juan Ramón Ferreto, su lazarillo de 13 años, falleció ahogado.
El autobús solo contaba con el seguro obligatorio, por un monto de ¢50 mil. Esto significó que por cada persona fallecida, el Instituto Nacional de Seguros (INS) pagó únicamente ¢1.000.
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