¿Qué es más saludable la comida caliente o fría?
Este interrogante surge precisamente ahora que empezamos a cambiar los platos fríos del verano por las exquisitas sopas calientes del otoño. Sin embargo, los mitos en torno al tema nos han generado confusión.
Comer caliente ayuda a digerir los alimentos
¿Sabíais porqué es recomendable comer o beber algo caliente incluso en verano? La respuesta es muy sencilla: los alimentos o líquidos calientes nos ayudan a hacer la digestión.
Para que el estómago y los intestinos puedan trabajar de manera adecuada es bueno que estén a la misma temperatura que el cuerpo . Esto equivale a unos 37 grados aproximadamente.
Así que parece lógico pensar que comer los alimentos calientes o templados facilita el proceso de digestión. De esta forma, el estómago no necesita hacer un esfuerzo extra para llegar a la buena temperatura antes de ponerse a trabajar.
Por eso , comer caliente parece ser una buena opción para aquellas personas que padezcan problemas digestivos o digestiones lentas. Además, igual que pasa con la comida picante, la comida caliente también supone una buena forma de hacernos pasar el calor.
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La temperatura aumenta la absorción algunos nutrientes
Otro aspecto a tener en cuenta a la hora de elegir entre comida caliente o fría es cómo afecta la temperatura a los nutrientes de los alimentos. En algunos casos, la temperatura puede favorecer la accesibilidad y la absorción de algunos nutrientes. Por esto, con alimentos será conveniente aplicar algún tipo de cocción antes de comerlos:
- Los huevos crudos empeoran la digestión de sus proteínas.
- Los tomates y las zanahorias cocinados aumentan la disponibilidad de sus componentes antioxidantes como son el licopeno y los betacarotenos .
- El brócoli, para poder acceder mejor a la acción de los glucosinolatos.
Pérdida de nutrientes
Contrariamente a lo visto antes, otras veces la cocción de alimentos puede conllevar una pérdida importante de nutrientes. Esto pasa, sobre todo, con las vitaminas hidrosolubles, como son la vitamina C y las vitaminas del grupo B, que son muy sensibles al calor.
La principal fuente de estas vitaminas en nuestra dieta son las frutas y las verduras, las cuales pueden comerse crudas sin ningún problema. Así, es una buena idea incluir ensaladas y frutas frescas en nuestra rutina diaria.
Ya hemos visto que si van seguidas de un segundo plato caliente o de alguna bebida caliente, el estómago también consigue llegar a la temperatura óptima para trabajar. Y si nos cuesta comer los alimentos muy fríos podemos sacarlos del refrigerador con un poco de antelación para templar su temperatura.
En el caso de aquellas verduras que no se pueden tomar crudas, las cocciones más adecuadas serán el vapor, el horno o un salteado rápido. Tan solo el tiempo mínimo para que queden al dente.
Comida caliente o fría para prevenir intoxicaciones
La seguridad alimentaria también es importante a la hora de alimentarnos. Esto, en especial, en el momento de preparar y cocer los alimentos que es cuando más riesgos podemos correr. Con un buen manejo de las temperaturas de cocción podemos ahorrarnos muchos problemas de salud que podrían llegar a ser importantes.
El crecimiento bacteriano está directamente relacionado con la temperatura. Mediante la aplicación de calor podemos eliminar la mayoría de patógenos . Por esto, se recomienda cocer muy bien los alimentos más sensibles (carne, huevo o pescados).
Asimismo, debemos asegurarnos que ninguna porción de comida ha quedado cruda o poco cocida. Una vez cocidos deberíamos consumirlos en el tiempo más breve posible o conservarlos por encima de los 65 grados. Si queremos comerlos fríos, es importante mantener las normas de cocción y de conservación adecuada en frío.
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La comida caliente suele tener mejor sabor
El sabor de los alimentos se percibe en la lengua gracias a las papilas gustativas. Una temperatura de los alimentos de entre 20 y 37 grados favorece la percepción de los sabores. Y, en muchas ocasiones, se consiguen texturas más blandas y más suaves.
Por el contrario, cuando ingerimos alimentos muy fríos tenemos que paladearlos un rato para acabar apreciando su sabor. No obstante, hay que tener cuidado con las comidas muy calientes.
Por un lado, tenemos tendencia a rechazarlas para evitar quemarnos la lengua. Y por otro lado, la ingesta continuada de comidas demasiado calientes puede favorecer la aparición de problemas en el esófago y el estómago.
Como indica la Agencia de Investigación del Cáncer «las bebidas muy calientes (por encima de 65 grados) son clasificadas como posibles agentes carcinogénicos». Llegaron a esta conclusión después de revisar alrededor de 1.000 estudios que investigaban la ingesta de bebidas calientes y su posible conexión con el cáncer.
Aunque podamos pensar que el sabor de los alimentos no los convertirá en opciones más o menos saludables, sí que es muy importante saber disfrutar de la comida. Más allá de las cantidades, los nutrientes o su absorción, la alimentación también tiene mucho que ver con las emociones y el bienestar.
Disfrutar de cada bocado con alimentos sabrosos convertirá nuestras comidas en un acto de placer y disfrute. Y esto, aunque no parezca relevante, también es una buena apuesta por la salud.
¿Cómo elegir la mejor opción?
De todas las ventajas y desventajas de la comida caliente o fría, podemos elaborar las siguientes claves para una mejor elección:
- Combinar platos calientes y fríos en cada comida, durante todo el año.
- Cocer las verduras al vapor, al horno o salteadas poco tiempo, para minimizar la pérdida de vitaminas y mejorar la disponibilidad de nutrientes.
- Cocinar bien la carne, el pescado y los huevos y comerlos recién hechos o bien recalentados.
- Algunos alimentos necesitan cocción para absorber mejor sus nutrientes. Esto no quiere decir que no nos los podamos comer fríos. Eso sí, respetando siempre las condiciones óptimas de conservación y recordando que los alimentos templados o calientes siempre saben mejor.
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